07 abril 2015

Perdonar a pillos y corruptos tiene hondas raíces sociales

Es una de las preguntas que más cuitas y diatribas genera entre sociólogos, politólogos, analistas, columnistas y tertulianos: ¿Cómo es posible que los electores no castiguen con contundencia proporcional las decenas de casos de corrupción de los que informan los medios? [digo "de los que informan" porque no informan de todos].
Hay variadas respuestas y para todos los gustos. También hay quienes nos enseñan a despersonalizar [¡manda narices!] las corruptelas porque, según dicen los biempensantes, forman parte de un fenómeno "natural" y humano, ¡oh, la humanidad!
Si el pecador pide disculpas [es decir, confiesa y lloroso se golpea el pecho], debe ser perdonado, dicen. ¿Así de fácil?
No sea usted vengativo, aunque él haya amasado unos millones o arruinado a una caja de ahorros o a un ayuntamiento, si se arrepiente, tiene el mismo derecho que usted a que san Pedro le abra las puertas de par en par...
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«Si no os aprovecháis, sois tontos»
Dejémonos de ironías.
Ciertamente, es muy complejo entender el buen trato que la sociedad española brinda a los corruptos y todavía es más difícil explicar de forma sencilla el origen de tamaña singularidad celtibérica.
Es arriesgado, lo sé, pues no he leído (nadie lo ha hecho) todo lo publicado en torno al muy español fenómeno delito-perdón-voto [digo "muy español" porque en los países de nuestro entorno, como dice el latiguillo, España es el país de Europa occidental donde los corruptos gozan de mayor grado de comprensión social y electoral].
El sustrato al que en más ocasiones aluden los estudiosos para explicar el fenómeno es la extendida complicidad social de la que gozan en España los pillos y los "listos".
Más claro: un elevado porcentaje de ciudadanos aplaude, justifica o consiente en silencio el nepotismo, el amiguismo, el servilismo, el quid pro quo con dinero ajeno o del erario, etcétera y etcétera... Es normal, dicen; es inevitable, subrayan.
¿Por qué es normal, lógico y comprensible aprovechar la ocasión?, como así ha ocurrido en el episodio que narra el recorte de prensa adjunto.
Doy por cierto que los clientes de la cafetería que aceptaron comer dulces gratis no aprobaban el hurto cometido por el portador de los pastelitos... ¡pero no seamos tramposos!; usted, amable lector/a, y yo sabemos perfectamente que ese argumento es ajeno al suceso, no explica la acción central: desayunar gratis sin preguntar.
Que no aprobaran formalmente el hurto de la furgoneta y de la bollería nada aporta y sólo tiene una utilidad: justificar la comprensión social y convertir a quienes desayunaron gratis en espectadores ajenos (¿?) a lo ocurrido. No debería colar, pero cuela.
El ojos que no ven es primo hermano del ande yo caliente.  
No es el paradigma, ¡claro que no! Es imposible que lo sea porque no hay un paradigma para representar la perversa comprensión social. Todos los ejemplos son parciales porque hay mil y una formas de perdonar o comprender al pillo, al "listo" y al corrupto.
Hay cientos de actos que merecen ser calificados de corruptos y otras tantas formas de perdonar acciones infames.
Desgraciadamente, las últimas encuestas electorales avalan el post de septiembre de 2013 en el que, entre otras cosas, comentaba con la secreta esperanza de equivocarme que:
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¿Y la corrupción?
¿Acaso tengo que preguntar de dónde salen los pastelitos y por qué me invitan?...
Simplezas como las que revela el suceso que narra La voz de Galicia ayudan a entender fácilmente las raíces sociales de la corrupción.

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