01 febrero 2012

La "solidaridad" que reclama Ana Botella, ¿es un error o un proyecto real?

Más allá de significados e interpretaciones partidarias, la iniciativa de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella (PP), de reclutar voluntarios para cubrir determinados servicios sociales abre un debate sobre el concepto de solidaridad.
De entrada, con relación a la idea lanzada por la regidora madrileña, ¿cabe calificar de actitud o trabajo solidario que un cuerpo de voluntarios cubra servicios públicos que la Administración no quiere o no puede prestar por motivos político-presupuestarios?
Si se justifica que los voluntarios atiendan a los discapacitados o a los enfermos postrados en cama que viven solos porque el Gobierno incumple la Ley de Dependencia por carecer de fondos, debido a que gasta el dinero público en otros fines, ¿no estaría tanto o más justificado desde un punto de vista moral o ético que los médicos, por ejemplo, atendieran gratuitamente a los enfermos o lesionados que carecen de Seguridad Social o de medios para acceder a una clínica privada, máxime ahora que también hay administraciones que restringen el derecho universal y gratuito a los servicios de salud?
Aplicando tan singular concepto de solidaridad, ¿por qué no emplazan a los electricistas y a los fontaneros a que sean solidarios con las familias que por carecer de ingresos no pueden reparar averías en la instalación de agua potable o en el alumbrado del hogar?
La solidaridad u obligación ética o moral a la que apela Ana Botella es aplicable a multitud de supuestos y de profesiones u oficios.
Es evidente que ese llamamiento institucional revela incapacidad --acaso voluntaria-- o, alternativamente, sólo persigue reducir gastos a costa de servicios [por cierto, la legislación impide sustituir a profesionales  retribuidos por empleados gratuitos; medida esta que tiene un objetivo último evidente: combatir la esclavitud].
Todas las iniciativas institucionales que apelan a la solidaridad, sea por las causas o con los fines que sea, exigen tiento y deben ser analizadas con más rigor del habitual. Por lo general, ese tipo de llamamientos apenas dan para media hora de consideraciones racionales y, por el contrario, abren de par en par las puertas a planteamientos absurdos y a elucubraciones cuya finalidad es evitar que el ciudadano centre su atención en lo esencial: el descaro.
La solidaridad, la caridad y el escenario
Orillando casos concretos, se da la circunstancia de que la crisis económica ha agravado la confusión entre solidaridad y caridad; confusión que en sociedades como la española es más notoria porque el sentido de colectividad es bajo.
Para colmo, el concepto de solidaridad que ha mamado la generalidad de españoles esta contaminado con criterios propios de la caridad católica --la cual, todo sea dicho, está históricamente probado que jamás ha solucionado problemas de fondo, al margen de poner parches que son justificables e incluso merecen aplauso cuando la situación es extrema.
Esa confusión y esa perversión están emparentadas con un fenómeno de alcance mayor: en España persiste la tendencia a sustituir la sociedad por una simple suma de individuos, imputando a estos, uno a uno, lo que es responsabilidad y función de la sociedad en su conjunto; es decir, del Estado.
Lógicamente, toda esta consideración parte de una premisa: la sociedad española y el Estado español no son equiparables a los de Chad, Níger, Haití o Pakistán… ¿O sí?
[Evidentemente, hay escenarios donde las miserias son tan graves que la caridad y casi todas las formas de solidaridad --incluidas las perversas-- son justificables]
¿Será que quienes gobiernan pretenden adelgazar el Estado hasta extremos impropios de Europa occidental?, ¿será la iniciativa de Ana Botella un aviso, acaso una declaración de intenciones?

2 comentarios:

  1. Reclamo solidaridad con los empleados de las bibliotecas.

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  2. yo tambien por que eso no es justo

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