30 octubre 2011

Brotes verdes en Argentina

En la reciente reelección de Cristina Fernández Wilhem (padre de origen gallego y madre, hispano-germana) como presidenta de Argentina ha tenido mucho que ver la economía. Para analizar el resultado de los comicios del pasado domingo es imprescindible tener en cuenta la estabilidad gubernamental, el equilibrio presupuestario y en especial el crecimiento económico, cuyas tasas interanuales no han sido espectaculares, pero sí constantes desde 2003.
En resumen, el país austral ha superado con nota una larga recesión, tras tocar fondo en 2001.
El hundimiento de la economía argentina se prolongó desde 1997 hasta 2002 y fue consecuencia del caos presupuestario, de la corrupción y de la fuga de capitales que propiciaron Saúl Menem y sus aliados —el sector más conservador del peronismo.
La constatación más llamativa de aquella debacle la constituyeron las movilizaciones registradas en el rural durante 2001, cuando el hambre afectaba a decenas de miles de familias campesinas, sobre todo en el norte y el oeste del país. Aquel episodio, junto al creciente desempleo en las áreas urbanas, forzó un reguero de dimisiones.
Y fue entonces cuando emergió Néstor Kirchner que, liderando una coalición de peronistas de la que solo se autoexcluyeron los menemistas y varios caciques de provincias, que aclaró y enderezó las cuentas públicas, introdujo vergüenza y pragmatismo en el sistema financiero y, sobre todo, redujo tensiones; a todo lo cual contribuyeron el sentido de Estado del Partido Radical e, involuntariamente, la pasividad de la debilitada izquierda no peronista.
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Reproducción  facsímile del texto, publicado en
el suplemento Mercados, de La voz de Galicia
Irrumpe el cristinismo

Ahora, el pragmatismo y el posibilismo kirchnerista han dado paso al cristinismo, que ha ganado credibilidad intensificando el programa de protección social que había iniciado Kirchner; rasgo y gasto público de corte socialdemócrata que era impensable en la Argentina de hace apenas diez años.
Los analistas menos influidos por los sacralizados mercados han señalado con probado acierto que el éxito posmortem de Kirchner se debe a que Cristina Fernández ha argentinizado los mensajes y criterios políticos y económicos, consolidando la herencia de su marido —de cuya muerte se cumple ahora un año.
También ha ayudado sobremanera un fenómeno todavía escasamente valorado y que tiene indudables efectos socio-económicos: las apelaciones al patriotismo de la viuda han despertado en numerosos ciudadanos el recuerdo de la Evita Perón que evitaba lucir abrigos de pieles, la Evita interclasista cuya capacidad de empatía encandiló a millones de argentinos.
En resumen, lo vivido durante los últimos años en Argentina evidencia que en economía hay factores como la confianza, las actitudes de los gobernantes e incluso los sentimientos colectivos que pueden tener efectos más beneficiosos que controlar con mano de hierro la masa monetaria circulante o la inflación.
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2002, el año cero

La recuperación de la economía argentina se inició en el otoño de 2002. Desde entonces, las alzas del producto interior bruto (PIB) y de la capacidad adquisitiva —la segunda ha crecido a menor ritmo— sólo renquearon en 2009, cuando la crisis financiera provocada por las subprime estadounidenses era más aguda.
Datos cantan: en 2002 el desempleo era del 21,5 %, según fuentes oficiales, y hoy es del 7,3; el porcentaje más bajo desde 1991. No obstante, este éxito tiene torna, pues la tasa de empleo precario (contratos temporales o a tiempo parcial) sigue siendo elevada: 31 %.
El kirchnerismo logró que Argentina recuperara el superávit comercial que caracterizó su economía hasta los años ochenta y, por ende, también hay superávit fiscal, que es lo que desde hace tres años ha permitido aplicar políticas sociales, mejorando la asistencia sanitaria, la educación y la pensión media de jubilación (en los años noventa los sexagenarios argentinos vivieron una desastrosa experiencia de privatización parcial de sus pensiones).
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Los sectores más dinámicos

La aumento del producto interior bruto (PIB) de los últimos nueve años (con alzas interanuales de entre el 6 y el 11 %, excepto en 2009) han tenido mucho que ver con el resurgimiento del sector primario, que ha recuperado el pulso exportador.
No obstante, hay dudas sobre el futuro de los beneficios que reporta la extensión del cultivo de soja —que ya supone la mitad de la producción cerealera—, especie que permite incrementar hasta un 300 % la rentabilidad de los tradiciones maíz y trigo; si bien en los mercados internacionales la cotización de la soja está fuertemente supeditada a los movimientos especulativos de capital y a la marcha de la industria, no en vano gran parte se destina a la fabricación de biocarburantes (los países del Mercosur se han erigido en el principal exportador mundial de soja, con Argentina al frente).
Junto al agro y la ganadería —que ha recuperado gran parte de su ancestral vigor y prestigio—, el tercer pilar de las exportaciones es la minería, pues el kirchnerismo apostó sin ambages y con determinación legislativa por las extracciones de cobre, manganeso, plata, uranio, zinc y oro —muchas de ellas a cielo abierto—, destacando las auríferas, que no obstante empiezan a causar inquietantes problemas medioambientales.
En cuanto a la industria, es obligado subrayar el despegue de la agroalimentaria y de la automoción, que desde 2003 bate marcas año tras año; de hecho, durante el actual ejercicio se superarán las 850.000 unidades, con la particularidad de que 7 de cada 10 vehículos están destinados a la exportación.
En paralelo, también juega un papel relevante la construcción —sobre todo de infraestructuras—, que en el 2010 aportó el 7 % del PIB.
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Decisiones capitales

La recuperación ha sido compleja. El primer gobierno kirchnerista tuvo que hacer frente a una economía condicionada por cuatro taras heredadas:
1. Los rasgos autárquicos de la economía del rural,
2. El poder y el clientelismo de los grandes hacendados,
3. La oposición de la banca a renunciar a sus prebendas, y
4. Las multinacionales extranjeras, que se habían desentendido de la economía nacional, obviando que la desestabilización acabaría perjudicándolas —en este último aspecto el gabinete de Kirchner tuvo que hacer ímprobos esfuerzos para convencer a las transnacionales de que colaboraran o, de lo contrario, estaban condenadas a seguir viendo como caían sus beneficios sin que el Ejecutivo pudiera hacer nada para corregir la deriva.
El éxito macroeconómico del kirchnerismo se basó en dos medidas:
a) Primera, suspender los pagos de la deuda para después, con sorprendente frialdad, canjearla (2005) y cancelar el capital principal, y
b) Segunda, devaluar el peso, lo que inicialmente empeoró las condiciones de vida de la mayoría de argentinos, especialmente de los asalariados; pero que al paso de apenas un año reactivó la inversión, favoreciendo la producción, la creación de empleo y alzas tímidas pero constantes de los salarios.
Por lógica, las dos medidas anteriores contribuyeron a generar un tercer factor beneficioso que multiplicó sus efectos positivos: en el 2004 empezó a aumentar el consumo, lo que propició aumentos de la producción, tanto de alimentos como de todo tipo de bienes, desde manufacturas hasta electrodomésticos. Y nadie ignora --salvo los ultraliberales-- que el consumo, y por tanto los salarios, es un pilar básico del sistema.

CON ANTERIORIDAD,

DE INTERÉS:
** "Tilingos", post del maestro Rodrigo Fino, en su bitácora SEGÚN COMO SE MIRE, cuyo contenido no está directamente relacionado con la economía argentina ni con el triunfo del cristinismo, pero que ayuda sobremanera a entender la idiosincracia de los argentinos, también sus actitudes y creencias políticas.

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