20 diciembre 2010

Bielorrusia, la finca de Lukashenko

Ayer se celebró otro sainete electoral en Bielorrusia.
En esta ocasión, siete de los nueve presidenciables fueron detenidos, incluidos los dos con más posibilidades de poner fin a la continuidad del actual jefe de Estado: Vitali Romashevski y Vladímir Nekliáev resultaron heridos durante las protestas habidas frente a la sede del Gobierno una vez cerrados los colegios electorales, cuando miles de personas denunciaban el enésimo amaño electoral.
De momento, hay un millar de detenidos (el Gobierno sólo ha reconocido algo más de 600), al menos una veintena de personas hospitalizadas y la pasada madrugada desapareció la periodista Irina Chalip, que había sido golpeada y detenida por las fuerzas de seguridad.
Esta convocatoria, como todas las habidas en el país desde 1995, carece de garantías de imparcialidad y será ganada una vez más por Lukashenko, que según los resultados oficiales ya difundidos habría obtenido más del 79 % de los votos.
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Una de las fotos del presidente
editadas por el Estado
¿Quién es Lukashenko?,
apenas conocido en Occidente

Alyaksandr Rygoravich Lukashenko nació en Kopys (1954), al este del país. Estudió Historia e inició su vida laboral como profesor de esa materia en el instituto de secundaria de Magulev (Mahilyow) [ver mapa]; luego ejerció de gerente de la Academia de Agronomía de la República Socialista Soviética Bielorrusa (RSSB, integrada en la confederación soviética) y se fogueó en política como miembro de la agrupación del Komsomol (Liga de Juventudes Comunistas) de Shklau, siendo nombrado secretario del comité de asuntos políticos en 1975.
En 1978 accedió a la secretaría de alimentación del Komsomol de Magulev y durante el trienio 1980-82 prestó servicio militar en una compañía de fronteras del Ejército soviético.  
Durante los años ochenta desempeñó responsabilidades en cuatro empresas públicas del distrito de Shklau: primero fue vicepresidente del koljós (granja colectiva de administración estatal) de Udarnik, luego subdirector de una fábrica de materiales de construcción, a continuación secretario de la dirección política del koljós V. I. Lenin y para rematar, director del sovjós (granja administrada en régimen cooperativo) de Gorodets.
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De la gerencia técnica y contable a la intervención política

Al contrario que la mayoría de los dirigentes políticos que emergieron en los nuevos Estados indepedientes creados tras el desmoronamiento de la URSS, Lukashenko siempre había ocupado cargos técnicos, sin poder político; pero no era un funcionario sin más: él tenía criterio y estaba dispuesto a defenderlo.
Prueba de ello es que cuando agonizaba el sistema estalinista, en 1990, decidió entrar en política y fue elegido diputado del Soviet Supremo (cámara legislativa) de la RSS de Bielorrusia, integrándose en la facción autodenominada Comunistas por la Democracia. Esa denominación mueve al engaño, pues se trataba de un grupo de marcado cariz estalinista que se oponía frontalmente a la apertura política, rechazaba la entonces incipiente privatización de los medios de producción en el caso de las pymes y cooperativas, y reclamaba que el Estado conservara el control absoluto de la producción y mercado de alimentos.   

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Estalinista
de la vieja guardia

Lukashenko era uno de los dirigentes soviéticos --quizá el más rígido-- a la hora de defender el régimen económico de la URSS y de todo lo que llevaba aparejado; de hecho, fue el único parlamentario bielorruso que se pronunció en contra del Acuerdo de Minsk, por el que los presidentes bielorruso, ruso y ucraniano declararon disuelta la URSS y constituyeron la Comunidad de Estados Independientes (CEI).  
Lukashenko, que en 1993 había accedido a la presidencia del comité del Soviet Supremo de Bielorrusia, el órgano encargado de examinar la "legalidad" de las decisiones del Estado, utilizó el cargo para atacar a cuantos reclamaban una apertura política, acusándoles de corruptos e incoando decenas de expedientes sancionadores. 
Por aquel entonces, se alineó con grupos pro rusos de corte soviético, colaborando en campañas a favor de la reconstitución de la URSS y de la economía planificada bajo control directo de (e intervenida por) el Estado.
En las primeras elecciones a la presidencia de la recién nacida República de Bielorrusia, en 1994, Lukashenko se presentó defendiendo planteamientos radicalmente estalinianos, anunció que restituiría el control político y administrativo de todas las actividades productivas, así como de los precios y salarios. 
Las encuestas preveían su triunfo, pero nadie sospechaba que fuera tan holgado, pues obtuvo el 44,8 % de los votos en la primera vuelta y en la segunda, el 80,1 %.   
Los grandes derrotados fueron el derechista Frente Popular Bielorruso, liderado por Zyanon Poznyak, y los (neo)socialdemócratas liderados por el ex presidente Stanislau Shushkevich.
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A la vera del poderoso clan de los Yeltsin   

En 1995, Lukashenko cumplió parte de sus objetivos y Bielorrusia suscribió un acuerdo de unión aduanera con Rusia, al que luego se sumaron Kazajstán, Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán; pacto que en su día fue considerado el pilar de un mercado común al estilo del de Europa occidental.  
Lukashenko fue durante varios años uno de los más fieles aliados del nacionalista Borís Yeltsin, con el que llegó a firmar el denominado Tratado de la Comunidad de Repúblicas Soberanas, cuyo objetivo era establecer un espacio transnacional con leyes económicas armonizadas (incluidas las fiscales). Era otro paso en el camino del hipotético mercado común del Este europeo.
No obstante, el Kremlin firmó el texto para no perder comba en el Estado satélite bielorruso, sin intención de poner en marcha el proyecto. 
Yeltsin optó por el neoliberalismo y repudió la posición de Lukashenko, cuyo purismo estaliniano era mal visto en los círculos del poder económico moscovita al que se adhirió parte de los cuadros de la vieja nomenclatura soviética, los que renunciaron públicamente y sin ambages a todo lo que significaba la otrora amada URSS.   
No obstante, el eje Moscú-Minsk se mantuvo vivo en asuntos de política internacional. En 2000 se constituyó otra de las organizaciones que tanto gustaban a Lukashenko: la Unión Económica Euroasiática (Rusia, Bielorrusia, Kazajastán y Kirguizistán), que incluía la puesta en marcha de una fuerza militar conjunta bajo el mando de un órgano regulado por un tratado de seguridad ad hoc; organización esta en la que también se integraron Armenia y Tayikistán.
Fue otro brindis al sol para satisfacción de amigos interesados. Nada más.

El segundo triunfo electoral
dio paso a la monarquía

En las primeras elecciones legislativas de la recién nacida Bielorrusia (1995), que debían servir para formar el parlamento que sustituiría al Soviet Supremo heredado de la URSS, Lukashenko solicitó a los ciudadanos que se abstuvieran. 
Tras varios meses de retraso, en diciembre del 95 se pudo constituir la cámara, bautizada Consejo Supremo.
De los 198 diputados electos, 95 eran no adscritos partidarios de Lukashenko, y otros 75 eran pro soviéticos o afines (incluida una minoría agrarista partidaria de los koljós y sovjós); en tanto que los nacionalistas de derechas y los liberales sólo sumaron 18 escaños.  
Al año siguiente, 1996, mediante sucesivos referendos --todos ellos ganados con tan amplísimas como sospechosas mayorías-- Lukashenko reformó la legislación y, entre otras cosas, logró reponer la pena de muerte, limitó la propiedad privada de la tierra, prolongó su mandato presidencial hasta 2001, reformó el poder legislativo y amplió los poderes de la jefatura de Estado asumiendo competencias del poder Ejecutivo. Todas esas reformas obtuvieron el apoyo de al menos 7 de cada 10 votantes.  
El nuevo parlamento, rebautizado Asamblea Nacional, estaba dominado por los pro soviéticos y por  diputados no adscritos a los que sólo unía su fidelidad a Lukashenko.  
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) calificó todos los referendos y la nueva cámara de «no conformes» a las normas democráticas, y meses después el Consejo de Europa suspendió el estatuto de Estado invitado que había obtenido Bielorrusia; el motivo era bien simple: la nueva constitución «no garantiza derechos fundamentales».   
En el año 2000 se escenificó otra farsa electoral y de los 110 escaños de la nuevamente reformada Asamblea Nacional, 81 los obtuvo la lista del presidente. La OSCE volvió a descalificar el proceso y Lukashenko acusó a la OSCE de «conspirar para arrebatarme» el poder y dárselo a los pro occidentales.  
El Stalin bielorruso llegó a declarar que «Bielorrusia jamás será un escenario como el yugoslavo» [textual] ...¿? Y para redondear afirmó que las embajadas de países de la Unión Europea y de Estados Unidos se dedicaban a «espiar y financiar a la oposición», pero no presentó ninguna prueba, ni siquiera indicios de esa imputación.
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Entra en escena
el siempre útil
enemigo exterior

Un año después (2001), convencido de que él y su país eran víctimas de una conspiración internacional, Lukashenko estableció rígidos controles a todo y a todos los llegados del exterior, tanto a las inversores como a los productos, incluidos los alimentos, al tiempo que sometía a férreo control las ayudas de la Unión Europea (UE) para «evitar instrumentalizaciones políticas», según alegó.
Durante el trienio 2000-2002 las obsesiones de Lukashenko fueron a más, oenegés y oposición denunciaron las desapariciones de varios dirigentes sociales y de once periodistas.
El Gobierno fue acusado de haber organizado escuadrones de la muerte, pero jamás se ha podido investigar ninguno de los casos de violencia institucional conocidos. 
De los desaparecidos no se ha vuelto a tener noticia.   
Todas las elecciones presidenciales y legislativas celebradas desde entonces han sido calificadas de fraude por la OSCE y demás organismos internacionales. 
Rusia evita hablar de las desapariciones, de los fraudes electorales y de todo cuanto esté relacionado con el buen amigo bielorruso, optando por el silencio debido a motivos geopolíticos.
Las únicas discrepancias entre Moscú y Minsk se dan cuando deben renovar los acuerdos por los que Bielorrusia cobra un elevado canon por el paso por su territorio de las canalizaciones que transportan el gas siberiano a Europa central y occidental.  
Lukashenko, aparte de jefe de Estado prácticamente vitalicio, es miembro honorario de la Academia Rusa de Ciencias Sociales y en 2001 recibió de manos del patriarca de la Iglesia Ortodoxa, el ciudadano ruso Alexis II, el Premio del Fondo Internacional de la Unión de las Naciones Ortodoxas.
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INFORMACIONES puntuales de la jornada electoral de diciembre de 2010 y de los incidentes, en El país, La vanguardia y Público.

DE INTERÉS:
«Cien años de gobierno bielorruso en el exilio», en Descifrando la Guerra.

1 comentario:

  1. Pues fue el único que se opuso a la desintegración de la URSS. Y para stalinistas actuales, USA y los mass media capitalistas. Ahora los dueños de PRISA son estadounidenses. Y quien paga manda.

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